Siente
el latido de la música por todo su cuerpo. La hace vibrar. La llena de una
energía extraña, un corriente eléctrico que la impulsa a moverse. Y se libera a
ese sentimiento.
La
magia del sonido la invade y ella permite que la controle. Sus brazos y sus
piernas se sincronizan a la perfección con el ritmo. Se sirve de tiempos de
negra para desplazarse por todo el escenario, mientras su cuerpo se mueve de
manera sinuosa, recordando a olas de mar. Aunque ella es más que eso. Es igual
de refrescante pero más dinámica. El mar atrae y encandila, llama con su oleaje
suave e hipnotiza. Ella llama pero no traiciona. No te ahoga en cuanto has
caído en sus fauces y si te despistas lo peor que puede pasarte es que el beso
te lo de pequeño o en mal lugar.
Dinamita
era la peor de las tres porque su trastorno venía de carencia importante de
amor. Tanto, que había dejado de quererse a sí misma. ¿Cómo iba a hacerlo, si
nunca le habían enseñado? Así que se vendía, se rifaba y se regalaba. ¿Qué
importaba, a fin de cuentas? Ella no era nadie y en nadie se quedaría.
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