Sábanas y mecheros.



Tenía una extraña fijación con las camas ajenas y le gustaba jugar con fuego. Se ilusionaba con facilidad y el noventa por ciento de sus pensamientos eran imaginaciones de cosas que no habían sucedido nunca (ni sucederían). Le gustaba pensar que encontraría alguien que le abriría las sábanas de su cama a las tres de la madrugada. También había creído ver más de una vez como su pistola le sonreía, humeante, después de disparar. Pero eso no eran más que las ensoñaciones de una niña pequeña, ahogada demasiado pronto en el cuerpo de adulta y que a veces lograba salir a la superficie. Porque no había nadie que le cediese un hueco en su cama a una asesina a sueldo y las pistolas no tenían una boca con la que sonreír. Esta saumensch en particular tenía un problema grave de personalidad y otro de bipolaridad.
Una se llamaba Alessandra, otra Dinamita y la última solo zorra.

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