¿Conocéis esa sensación? Esa que te libera. Te lanza por los aires y te hace tocar ese límite que todos temen. La misma que te hace superarlo y marcar la diferencia. Esa que te motiva, esa que te da aire y te renueva las energías. Esa y solo esa. ¿Alguna idea de como describirla? El tiempo que pasas junto a ella es efímero y demasiado bonito como para masgastarlo tratando de buscar palabras para definirla. Es más, ¿alguna vez lo habéis intentado? Al hacerlo, se escapa y no permite que la atrapen. Es veloz y rauda, solo visita en los momentos justos y a veces peca de tramposa. Es un soplo de aire fresco. Y tenemos que permitir que nos lleve volando, porque de lo contrario, lo que queda después es devastador. Como un tsunami que lo arrasa todo a su paso y tan solo deja recuerdos y rastros. Como un volcán que lo moldea todo de nuevo, más grotescamente y gris. Como un huracán, que lo deja todo vacío. O como un terremoto, que lo destroza. Es todo eso y más. El hambre de victoria consume si uno lo permite. Y si no, también. A menudo, las ambiciones nos convierten en seres despreciables. Pero si no nos mueven ambiciones que nos motiven, estamos muertos. Muertos a los dieciséis y enterrados a los noventa. No hay respuestas y directrices para vivir, excepto tal vez, la de mantenerse con vida. Aclaremos, por cierto, la definición de vida. Algo más que oxigeno inundando pulmones y dióxido de carbono exhalado por labios. Algo más que levantarse por las mañanas, atrapado por la rutina. Algo más.
Tengo hambre de victoria.
¿Conocéis esa sensación? Esa que te libera. Te lanza por los aires y te hace tocar ese límite que todos temen. La misma que te hace superarlo y marcar la diferencia. Esa que te motiva, esa que te da aire y te renueva las energías. Esa y solo esa. ¿Alguna idea de como describirla? El tiempo que pasas junto a ella es efímero y demasiado bonito como para masgastarlo tratando de buscar palabras para definirla. Es más, ¿alguna vez lo habéis intentado? Al hacerlo, se escapa y no permite que la atrapen. Es veloz y rauda, solo visita en los momentos justos y a veces peca de tramposa. Es un soplo de aire fresco. Y tenemos que permitir que nos lleve volando, porque de lo contrario, lo que queda después es devastador. Como un tsunami que lo arrasa todo a su paso y tan solo deja recuerdos y rastros. Como un volcán que lo moldea todo de nuevo, más grotescamente y gris. Como un huracán, que lo deja todo vacío. O como un terremoto, que lo destroza. Es todo eso y más. El hambre de victoria consume si uno lo permite. Y si no, también. A menudo, las ambiciones nos convierten en seres despreciables. Pero si no nos mueven ambiciones que nos motiven, estamos muertos. Muertos a los dieciséis y enterrados a los noventa. No hay respuestas y directrices para vivir, excepto tal vez, la de mantenerse con vida. Aclaremos, por cierto, la definición de vida. Algo más que oxigeno inundando pulmones y dióxido de carbono exhalado por labios. Algo más que levantarse por las mañanas, atrapado por la rutina. Algo más.
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