Otra bala perdida más.


No puedo entenderos. A ninguno. Ni tan siquiera puedo intentar ponerme en vuestro lugar, desde vuestro punto de vista. ¿Podríais vosotros, detrás de los ojos de Hitler? ¿Podríais, en el cuerpo de Julio César? ¿Realmente podríais? Apostáis por años de sufrimiento con las mejores cartas para conseguir un carpe diem idealizado. Os engañáis a vosotros mismos y os contentáis con el resultado. Os maltratáis. ¿Nadie lo entiende? No importa cuánto grite, cuánto repita, cuánto insista. Vuestro cuerpo es fortaleza. Vuestro cuerpo sois vosotros. Ahí es donde vivís, donde viviréis una media de noventa años. Vuestro cuerpo es una máquina. Es la mejor máquina. Pero no es inmortal. El oxigen lo oxida y lo deteriora, lo convierte en una carcasa arrugada y llena de manchas, lo vuelve débil y lo mata. No necesita vuestra ayuda para estropearse, tiempo al tiempo. Y esas noches no llenan, esas caladas no alivian. Las lagunas no borran los recuerdos que más duelen, el humo no oculta la realidad. La euforia del momento justo después de clavarse la aguja no es permanente.
Solo quedará un cuerpo hecho pedazos y débil. Y vuestros recuerdos de sonrisas y momentos perfectos, el mejor placebo para una realidad irreversible. 

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