Jade siempre fue muda a medias.
No tenía palabras, pero tenía
un violín. Y sus manos. Y una gran habilidad para tocarlo. Parecía increíble que
una criaturita tan frágil y pequeña, con un cuerpo de trapo y la fuerza de un títere,
tuviera semejante destreza con el arco. A veces lo esgrimía incluso con violencia,
cuando la pieza lo requería. Era tremendamente diestra.
No tenía otra forma de comunicarse
con el mundo, de expresarse.
Muda e inocente. Terriblemente
cándida.
Podía permíterselo: tenía
una madre que la amaba con locura y un padre que velaba por protegerla y educarla.
Tenía pocos amigos: uno en realidad. Pero él siempre encontraba la forma de hacerla
feliz con su simple compañía. Se llamaba Didac.
Pero toda esa felicidad se
esfumó con la guerra, los nazis y las bombas.
(Jade es mi nuevo pececito.
Espero que os guste).
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