Enferma de esta ilusión.


Me engaña. Zalamera, juega a tentarme con su boca de oro y sus promesas perfectas. Parece que con ella, nada va a ser capaz de pararme. Que solo me necesito a mí misma y a esa fe insana, esa creencia de que ¡todo me irá bien! Floto. Es más, vuelo. Surco el cielo, entre pájaros y personas que no se atreven a abandonarse a sus ilusiones, me fundo con nubes de algodón, me pierdo entre matices de azul. Pero la sensación es frágil y mis ilusiones, más. Se quiebran. Se caen como un castillo de arena, absorbido por un mar llamado realidad. Y siempre encuentran la forma justa de hacerse añicos en el suelo unos segundos antes de mi impacto contra él. Para que así, de añadido, pueda clavármelas y sentirlas en cada centímetro de mi piel, con un dolor intenso y cruel.
Y poco a poco, mi piel queda recubierta por esos añicos, por escamas hechas de ilusiones, inocencia y estupidez.
(Las ilusiones me matan el espíritu).

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