Ella lo quería. Lo había querido
durante todos aquellos meses, había retenido suspiros cada vez que se cruzaban,
había imaginado cientos de besos y lo había idealizado hasta el mismísimo túetano.
Y a él, ella le picaba la curiosidad. Le interesaba como funcionaba aquel puzzle.
(Y le gustaba más todavía jugar a montarlo y a desmontarlo a su antojo). Una soñadora
desventurada con ganas de enamorarse y un viajero extraviado con ganas de experimentar.
Ella es insoportable y él es cruel, pero ningnuo es capaz de detenerse. Ella se
hace daño y él se aburre. Ella se aburre y él se hace daño. Juegan a tirar de la
cuerda y se rinden por turnos. Al final, ninguno de los dos aguanta el tirón y
deciden mirar a otro lado, olvidarse el uno del otro y desintoxicarse. Y así es
como se pasa de amar a alguien locamente a no hablarle ni para darle los buenos
días. Así es como la rueda sigue y las personas entran y salen patéticamente de
las vidas de unos y otros. Esto es el juego de la cuerda.
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